Cómo transformar el enojo en una herramienta positiva, según Brad Bushman


Las diferentes formas de nombrar el enojo muestran hasta qué punto está presente en la vida cotidiana. Se trata de una emoción compleja, moldeada por factores biológicos, culturales y sociales que la vuelven difícil de ignorar.
El especialista en conductas agresivas Brad Bushman explica que la ira genera una sensación de poder inmediato, aun cuando quienes la sienten buscan dejarla atrás. Ese impulso puede resultar funcional, pero también riesgoso si no se gestiona con claridad.
Históricamente, esta emoción incluso dio forma a movimientos sociales capaces de transformar realidades, como el sufragio femenino o Black Lives Matter. En esos casos, la bronca funcionó como respuesta a situaciones que no coincidían con los valores de la sociedad.
Comprender cómo se origina y por qué se intensifica es clave para evitar que la tensión escale. La distinción entre la ira que surge de una situación presente y aquella que nace de emociones más profundas permite orientar mejor la reacción y reducir el impacto negativo.
Para el terapeuta Les Greenberg, el enojo puede aportar información valiosa cuando funciona como emoción primaria: advierte sobre una injusticia, marca un límite y orienta la acción adecuada. En ese sentido, puede resultar saludable.
Pero cuando proviene del miedo, la culpa o la vergüenza, se vuelve desadaptativa. Ya no responde a un problema puntual, sino a experiencias previas que arrastran carga emocional. Esto la vuelve confusa, persistente y difícil de gestionar.
Ese tipo de enojo tiende a intensificar reacciones impulsivas y genera un espiral difícil de cortar. Entender estas diferencias es el primer paso para canalizar la emoción de manera constructiva y evitar consecuencias que afecten vínculos y rutinas.
Los especialistas advierten que el mal manejo prolongado del enojo puede desencadenar problemas físicos, psicológicos y sociales, con impacto directo en la salud general y en la vida cotidiana.
En el plano social, la dificultad para controlar la emoción está detrás de episodios de violencia, discusiones constantes, incidentes viales y conflictos domésticos. También deteriora vínculos y bloquea la comunicación, generando círculos de hostilidad.
Bushman, citado por la Revista Time, sostiene que los picos de ira elevan la presión arterial y la frecuencia cardíaca, agravando el riesgo de enfermedades cardiovasculares. Además, incrementan la probabilidad de padecer ansiedad, depresión y patrones de pensamiento autodestructivos.
Para revertirlo, los expertos recomiendan estrategias de regulación. La primera consiste en reducir la excitación fisiológica: respirar profundo, realizar técnicas de relajación o practicar yoga. Estos métodos ayudan a bajar la tensión y recuperar claridad mental.
Otra táctica es tomar distancia de la situación. El terapeuta Tony Fiore sostiene que incluso unos minutos pueden renovar la perspectiva y evitar reacciones impulsivas. La pausa permite organizar ideas y elegir un modo de respuesta más equilibrado.
El registro de episodios también resulta útil. Laura Beth Moss, de la Asociación Nacional para el Manejo de la Ira, sugiere anotar detonantes, emociones y reacciones. Identificar patrones facilita anticipar comportamientos y diseñar estrategias preventivas.
Un punto central es la comunicación asertiva. La terapeuta Julia Baum resalta que expresar necesidades y emociones con claridad, sin agresión ni sometimiento, ayuda a transformar el enojo en un recurso de diálogo.
Si estas herramientas no alcanzan y la ira se vuelve intensa o frecuente, los especialistas recomiendan buscar apoyo profesional. El objetivo no es solo controlar reacciones, sino fortalecer habilidades que permitan una mejor calidad de vida.
Fuente: www.clarin.com



